Madrid, 16 de diciembre del 2010.- Los lectores de la revista americana TIME han votado mayoritariamente por Julian Assange, creador del portal Wikileaks, para ser el hombre del año 2010. Sin embargo, esta publicación, políticamente correcta, ha obviado la opinión de sus lectores y ha nombrado a Mark Zuckeberg, creador de la red Facebook, como el señor del 2010.
Para mí, la revolución que ha supuesto Wikileaks en los medios de comunicación mundiales es de una gran relevancia. Tanta, que nada volverá a ser lo mismo. Las filtraciones, exclusivas o revelaciones de Wikileaks han afectado a las relaciones diplomáticas de algunos países y al prestigio de diversos dirigentes políticos. Pero su mayor efecto se ha producido en el modelo de información, en convertir a Internet en una fuente de información fidedigna y creíble.
Julian Assange es el hombre del año 2010 por darnos a conocer la auténtica «intrahistoria» del poder político, una de las funciones históricas de la prensa. Por cierto, en este sentido, cito aquí a Ben Bradlee, Director del The Washington Post, durante el famoso caso de investigación «Watergate» que acabó con la carrera política de Richard Nixon. Ben Bradlee en su libro: «La vida de un periodistda» realiza esta reflexión sobre las fuentes de información:
¿Cuál había sido la verdad en el caso de los documentos del Pentágono, cuando por primera vez en la historia de la República el Gobierno trató de evitar que los periódicos publicaran la noticia?. En junio de 1971, el procurador general de Estados Unidos, Erwin N.Griswold, argumentó ante el Tribunal Supremo que publicar los documentos del Pentagono amenazaría seriamente la Seguridad Nacional. Casi veinte años más tarde, Griswold describió el caso del Gobierno contra el Times y el Washington Post como un «espejismo». Por supuesto que la prensa comoete otras equivocaciones, todas mucho más fáciles de corregir:
Hacemos un mal trabajo en lo que se refiere a las fuentes de información, cuando saber quién es la fuente resulta básico para el lector inteligente. Y eso equivale a un error. «Según nuestras fuentes»: Estas tres palabras deberían prohibirse. Los lectores piensan que estamos jugando sucio, y casi siempre están en lo cierto.
Podríamos mejorar lo de las fuentes con apenas esfuerzo: ¿Qué tipo de fuentes son?, ¿amigos o enemigos?, ¿hombres o mujeres?, ¿El ejército o la Marina?, ¿republicanos o demócratas?, ¿jóvenes o viejos?, ¿abogados o clientes?, homosexuales o heterosexuales?, ¿doctores o pacientes?, ¿gubernamentales o extragubernamentales?, ¿tienen un cargo público o aspiran a tenerlo?.
Además, existen las grandes mentiras: errores que alcanzan una vida más larga que el propio reportaje en que se encuentran. De tal magnitud fue la mentira que ocupa el capítulo más oscuro de mi carrera periodística: un error de juicio que situó para siempre a la firma del reportaje en la galería de los horrores.
Ben Bradlee, en el centro, junto a Bob Woodward y Carl Bernstein, los periodistas que destaparon el «Watergate»
Libro: «La vida de un periodista»
Autor: Ben Bradlee
Editorial: Ediciones El País (Año 2000)
Páginas de la Cita: 426 y 427
La reflexión de Ben Bradlee es sintomática de que el periodismo necesita de una reconversión profunda en su cadena de suministro. Desde que se recibe un rumor, un cotilleo, una «intoxicación» hasta que se convierte ese o no, en noticia. Y la irrupción de Wikileaks puede ser el mejor «acelerante» para un imprescindible ejercicio de autocrítica por parte del profesional de la información.
Y no digo, por parte de las empresas propietarias de los medios de comunicación, en la mayoría de los casos auténticos conglomerados empresariales que se guían por sus legítimos intereses y necesarios beneficios. Unas brújulas que en ocasiones, muchas o pocas, no coinciden con las intereses de sus lectores. Y el ejemplo de la revista Times es uno de los más palmarios, recientes y debería ser objeto de estudio en cualquier centro de formación.
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