Apología de la enseñanza universitaria de la Comunicación

Post escrito por Juan Pedro Molina, Profesor y Experto en Comunicación Corporativa

Madrid, 20 de enero del 2011.- Días antes de que se iniciara el presente curso, me enteré de las notas de corte que debieron superar los alumnos que, tras examinarse de Selectividad, quisieron estudiar Periodismo y/o Comunicación Audiovisual en la Universidad Carlos III de Madrid. Sé que a estas alturas ya debo estar acostumbrado, pero lo cierto es que el listón no deja de sorprenderme: 8,90 para Periodismo; 8,97 para Comunicación Audiovisual; y 10,52 para el doble grado Periodismo-Comunicación Audiovisual. Son las notas de corte más altas de toda la Comunidad de Madrid.

¿Qué significa esto? En primer lugar, algo que parece de perogrullo, pero que es toda una declaración de intenciones: que un alumno que bien hubiera podido decantarse por otra carrera y otra universidad eligió cursar Comunicación en la Carlos III.

En segundo lugar, y muy ligado con lo anterior, estas notas de corte significan que la Comunicación, como disciplina global, es una carrera vocacional. Los futuros profesionales apuestan por la Comunicación aun sabiendo que es un oficio sacrificado e inestable.

Quiero contarles una historia.

Evidentemente, yo también fui universitario. Y, por diversas circunstancias, tuve que empezar a trabajar con diecinueve años, tras cumplir el servicio militar. Desde muy joven, compaginé toda mi carrera y todo mi doctorado con los trabajos que me iban surgiendo. Tuve empleos buenos y otros menos buenos. También tuve “empleos” a secas. Llegué a la docencia con treinta y cinco años, bastante experiencia laboral a mis espaldas y muchas (muchas) ganas de aprender. Hoy tengo cuarenta y un años y puedo decir que ser profesor es el trabajo más luminoso y humano que he tenido nunca. Yo creo en la Universidad, en todo lo que simboliza y en todo lo que significa. Es un lugar donde profesores y alumnos aprendemos a vivir en la diversidad política, social y cultural. Más allá del bagaje académico, salimos de las aulas con un bagaje vital que nos acompañará durante el resto de nuestros días.

He querido empezar de esta forma el artículo porque desde que soy profesor he tenido que escuchar, más de una vez, que la Universidad está anclada en el pasado, que aporta muy poco, y que los conocimientos de los recién titulados son ínfimos. Las críticas recurrentes se centran en que los nuevos graduados en Periodismo, por ejemplo, no saben escribir correctamente o que muestran lagunas en conocimientos teórico-técnicos. Bueno, “cada uno cuenta la feria según le va”, dice el refrán. Personalmente (y pido disculpas si molesto a alguien), me cuesta mucho creer que una persona que ha obtenido casi un nueve en selectividad (repito, casi un nueve en Selectividad) y que ha pasado cuatro años estudiando salga de la Universidad siendo  un mal redactor o no deseando vivir la profesión. Me cuesta mucho creerlo. Más bien, me inclino a pensar que ese joven es un futuro gran profesional al que hay que dar tiempo. Simplemente. Tiempo. Que yo sepa, ningún cirujano operó a corazón abierto nada más salir de su facultad, ningún abogado defendió un caso ante el Tribunal Supremo nada más salir de las aulas o ningún arquitecto levantó un rascacielos semanas después de haber ganado el título.

He recordado antes un viejo refrán: “Cada uno cuenta la feria según le va”. Y lo vuelvo a recordar ahora cuando me vienen a la cabeza críticas de profesionales que han pasado por las aulas en tiempos pasados y creen que las instituciones siguen siendo las mismas y que la docencia se rige por vetustos códigos. Cuando escucho a un profesional de mediana edad decir que aprendió poco en las aulas siento por él una enorme tristeza. Porque ya es mala suerte que en cuatro o cinco años de carrera, con una media de diez asignaturas por curso y unos cincuenta profesores en la tarima, no hayan encontrado algo, por mínimo que sea, que les merezca la pena. Ya es mala suerte. Me pregunto cuál será la causa de su desazón.

Creo que debemos empezar a dignificar la profesión del Periodismo y de la Comunicación Audiovisual. Y esa dignificación empieza, necesariamente, respetando y valorando nuestras Facultades y no tirando piedras contra nuestro propio tejado. Si no nos respetamos nosotros, difícilmente nos respetarán los demás.

Un caso práctico: las Jornadas de Paseet

Un reputado intelectual, citado mucho últimamente, asegura que una cosa es la cultura y otra, muy distinta, es la educación y que, por naturaleza, la educación siempre irá un paso por detrás de la cultura.

No soy quién para alabar o criticar los Planes de Estudio docentes. Los planes son los que son y hay que adaptarse a ellos. Sin embargo, para estar al paso de la cultura y no uno por detrás, numerosos Grupos de Investigación formados por profesores analizan la realidad en las Facultades y comparten sus conocimientos con el público. Uno de esos grupos es Periodismo y Análisis Social: Evolución, Efectos y Tendencias (PASEET), cuyo responsable es la catedrática María Pilar Diazhandino. PASEET organizó el curso pasado Jornadas como ¿Han muerto los periódicos? ¡Viva el Periodismo!, dirigida por Pilar Carrera, o Comunicación Corporativa 2.0. El poder de la conversación entre instituciones y sus públicos en el universo digital, que tuve el honor de dirigir. Este curso se celebró hace unos días la I Jornada Periodismo y Derechos Humanos: la lucha por la libertad de expresión, la palabra y la imagen, dirigida por Teresa Sandoval y Pilar Carrera. El próximo día 5 se celebrará la II Jornada de Comunicación Corporativa 2.0, que esta vez estará dedicada a la Comunicación Interna. El próximo 1 de diciembre tendrá lugar la Jornada Retos de futuro en la enseñanza del Periodismo.

Con todo este esfuerzo, la comunidad universitaria quiere estar al paso de los nuevos tiempos. Es evidente. ¿Por qué no nos acompañan?

 

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